En esta época del año los bosques del sur de la Patagonia van adquiriendo un color muy especial anunciando el otoño. Es así que en nuestro reciente viaje vimos un paisaje transformándose con colores que van más allá de la imaginación: Nos admiraron los picos nevados de la Cordillera; las azules y frías aguas de los lagos; los reflejos sublimes del Glaciar y los árboles tiñiéndose de rojos, dorados y naranjas.
Seguramente los Chonkes, verdaderos dueños de la tierra, también se admirarían siglos atrás, porque esta transformación se repite año tras años, desde tiempo inmemorial.
En uno de sus libros Mario Echeverría Baleta dice que con la llegada del otoño los Chonkes comenzaban su viaje hacia el norte, donde el frío no era tan intenso. Lo hacían persiguiendo guanacos y ñandúes, su abrigo y alimento, que descendían de las mesetas para resguardarse en valles encerrados en grandes cañadones, viejas cunas de antiguos glaciares.
Y, según cuenta El Vasco Echeverría, es así como nace la:
LEYENDA DE "EL CALAFATE"
El invierno llegará inexorablemente, los Chonkes lo saben e inician su marcha hacia el norte.
Koonek, la anciana curandera de la tribu, no puede caminar más, sus viejas y cansadas piernas están agotadas, pero la marcha no puede detenerse y es una ley natural cumplir con el destino. Ella lo comprendió. Las mujeres de la tribu le hicieron un "kau" (toldo) con pieles de guanaco y juntaron abundante leña, prepararon charque, reunieron huevos conservados en sacos con grasa y se despidieron con el "Gayau" (canto familiar) de la familia, luego ella, con un hilito de voz, entonó el milenario canto de la raza y envuelta en su quillango fijó sus ojos en la distancia, hasta que la gente de su tribu se perdió tras el filo de una meseta. Se quedaba sola para morir ya que los alimentos no le alcanzarían para pasar el largo invierno, aunque tal vez algún puma hambriento podría acortarle la espera.
Se quedaba sola sintiendo el silencio como un sopor pesado y envolvente.
El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente en un Oeste de mesetas grises y azuladas, hasta perderse el último rayo de luz reflejado en los picachos más altos del Chaltén.
Pasaron muchos soles y muchas lunas, hasta que llegó "Ariskáiken" (la primavera) con el nacimiento de los brotes y arribaron las golondrinas, los chorlos, las inquietas ratoneras, las charlatanas cotorras... El cuello de los cisnes le puso signo de interrogación a las lagunas ya deshieladas y el grito de las bandurrías, se hizo eco en las barrancas.Volvía la vida en todas sus expresiones. Sobre los cueros de Koonek, se posó una bandada de avecillas cantando alegremente.
De pronto se escuchó la voz de la anciana curandera, que, desde el interior del kau, reprendía a las aves por haberla dejado sola durante el largo y duro invierno. Tras la sorpresa un pájaro le respondió:
- Nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento, además durante el invierno no tenemos donde abrigarnos.
- Los comprendo, por eso desde hoy tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno. Ya nunca más me quedaré sola... Diciendo esto, calló.
Cuando la brisa volteó los cueros del toldo, en lugar de la anciana se hallaba un hermoso arbusto espinoso, de perfumadas flores amarillas.
Al promediar el verano, las flores se hicieron frutos y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azul-morado, de sabor exquisito y gran valor alimenticio.
Algunos pajaritos no emigraron nunca más y los que se habían ido para no volver, al enterarse de la novedad, regresaron para probar el fruto, del que quedaron prendados.
También los Chonkes lo probaron adoptándolo para siempre y desparramaron las semillas de Aike en Aike, de lugar en lugar, dándole el nombre de Koonek (Calafate en flor).
Desde entonces: "El que come calafates, vuelve"... y nosotros comimos!
FELICES PASCUAS, MIGUEL Y SELVA...ABRAZO AMIGO.
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